Me dejé llevar por la corriente y llegué a creer que verdaderamente perderme un discurso de Fidel y Chavez en persona sería algo de lo que me arrepentiría de por vida.
Así que fui con mi conformismo a bordo del Central Azul hasta el campo deportivo de la ciudad universitaria. Bajé y me recibió el tierral propio del lugar, más potenciado que de costumbre culpa de los caballos y la cantidad de gente presente.
Después de muchos metros de caminata logré entrar al predio. Empecé a buscar dónde esperar... era claro que faltaba bastante para que empezara a pasar algo, pero ya estaban todas las banderas, las agrupaciones, las colectividades, los partidos, los volanteros, los vendedores improvisados y los choris de siempre.
Muchas imágenes de Fidel, Chavez y Evo, desde luego varias del Che y hasta alguna que otra de Evita.
Sin darme cuenta avancé mucho y de pronto me vi rodeada de pancartas gigantes y una paradójica claustrofobia me invadió por completo.
Nunca un campo de deportes se pareció tanto a un templo. Nunca pensé que iba a respirar en ese lugar la misma confianza ciega que respiro en una iglesia.
Claro que esta vez no había cruces, sino siluetas dignas de stencil... y banderas... banderas encerrando nadas, como siempre. Pero la esencia era la misma: la muchedumbre esperando al mesías, la muchedumbre dispuesta a afirmar cualquier cosa que le digan.
Pero también en ese lugar encontré la certeza de que yo no pertenecía ahí. No me hacía falta escuchar a ningún Fidel ni a ningún Hugo para sentir la trascendencia calándome los huesos.
Y me fui en ese instante. Feliz.
sábado, julio 22, 2006
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