miércoles, marzo 28, 2007

Todo porque ayer fue el día Internacional del Teatro

Ayer pensaba otra vez en eso que se suele decir siempre: lo efímero del teatro. En su instantaneidad.
Pensaba porque me dieron ganas de hablar con Wilde y Moliére en el Sorocabana, mirando la gente cruzar apurada bajo la lluvia por la plaza.
E hice consciente eso de que cada vez que pienso en Teatro "clásico" o antiguo, pienso en dramaturgos: En Shakespeare, en Shaw, en Chéjov, en Cervantes, en mis dos compañeros de bar de la esquina.
Y es curioso, porque Teatro, lo que se dice Teatro, lo que HACE VIVIR al teatro, es el actor.
Se nutre de un texto (el que escribe el dramaturgo) y un director lo guía, pero todo pasa por él. Él es el que define y transmite cada milímetro de una obra.
Pero pienso en actores clásicos o "antiguos" y sólo me vienen a la mente películas. O sea, actuaciones en cine. Actores en cine.
Actores en teatro sólo puedo nombrar a los de mi tiempo y lugar.
Por esa naturaleza efímera del teatro, sólo trasciende para quien lo vive en primera persona (el actor) o para quién lo vió en tercera (el espectador). Las obras trascienden en papel (por ello el presente continuo de los autores), pero para revivirlas hay que recurrir a otros (nuevos) actores.

Y me jacto de haber sido la Martina de El Médico a Palos, y de haber visto La Gaviota.
Pero me quedo con ganas de ver al primer Romeo, al primer Julieta (al misterioso W.H.). Al Algernon que eligió Oscar, a su primer Salomé.
¡Hasta ganas de ver al mismo Moliére vestido de amarillo en El Enfermo Imaginario!
Pero sólo lo conseguiría estando ahí.

Porque si la pintura es poesía ciega; el actor (y la actriz), es poesía viva.

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