Callejeros tocó este viernes pasado en Córdoba.
Me enteré al pasar la mañana del sábado cuando salí de mi casa, pero la que realmente me contó fue una compañera de teatro.
Al contarme todo lo que sintió me contaba lo que había sido estar ahí.
La emoción y felicidad que había en el boliche, pero sobre todo la que se podía ver en sus ojos y escuchar en su voz. Esa felicidad que todavía duraba, esa relatividad de estar todavía en el recital, de ver en cada cosa alrededor un disparador de un recuerdo, ya sea de una canción, de un grito, un salto, una lágrima o un abrazo.
Esa espera de un año y medio que por fin ya no tenía razón de ser y al escaparse del cuerpo hasta arrastraba algún que otro retazo de dolor.
Las otras dos compañeras que la escuchaban sólo podían pensar en qué no era suficiente motivo para haberse pegado el faltazo al ensayo de la noche anterior.
Pero yo la entendía. Si bien de haber ido a Palm Beach no hubiera sentido ninguna de esas cosas, mientras la escuchaba sentía que volvía a ese 22 de abril en Obras.
A esa magia veneno de llorar por todas las emociones posibles, de gritar por todo lo que no se había gritado, de soportar la vigilia de la forma más hermosa: compartiéndola, porque se hacía mucho más liviana.
Se cumplieron 4 meses del accidente de Gaby, de esa vigilia que todavía no termina, pero con la certeza de saber que el sólo pensar en ese recital me vuelve esa emoción. Con sólo pensarlo vuelvo a estar ahí.
Esas cosas para las que nunca se van a encontrar palabras, pero que cuando las lees en los ojos de otro sabés que compartís un tesoro. Aunque cambie la forma, aunque ella lo vea al Pato Fontanet, y yo a Catupecu Machu (incluído Gaby) . Aunque ella jamás vaya a poguear con Dale! y yo nunca distinga Ilusión del resto de los temas.
Esas cosas que no te puede robar nadie.
lunes, julio 31, 2006
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