domingo, octubre 08, 2006

Mi pequeña infinidad

Quizás haya una sola verdad absoluta en este universo, y la dijo Oscar Wilde en ese prefacio sublime que anticipaba su única novela:

Desde el punto de vista de la forma, el arte modelo es el del músico.
Desde el punto de vista del sentimiento, el del actor


La música tiene ese carácter envolvente de lograr aislarte del mundo un rato, en cualquier momento o lugar. Soltando una catarsis de recuerdos si es un tema que nos ha acompañado en algún momento especial en nuestra vida; abriendo un nuevo universo cuando un acorde nos sorprende por primera vez. Es cuando más cerca estamos de "tocar", de hacer tangibles esas cosas que suelen decirse por ahí que es el arte. Es uno de los pocos momentos donde vemos la vida como si fuera poesía.

Con el teatro pasa algo casi inverso. Uno se sube al escenario (o se para de otra manera en cualquier sitio como puede ser plena Colón y General Paz) con la idea de jugar, de liberarte, de transitar cosas, de poner el cuerpo y el corazón al servicio de ese juego. Y ese juego (el arte en sí mismo) puede golpearte mortalmente si no tenés cuidado, porque toma vida propia. En algún instante terrorífico podés comprender que de pronto ya no estás jugando, que estás ante la verdad; que de pronto todo lo que pensabas que no era más que una abstracción, es mera realidad, contagiando una carcajada o sintiendo la salinidad de una lágrima.

La música asalta a la rutina y la vuelve poesía, el teatro terrenaliza ese limbo que creemos que es el arte, le da nuevos significados.

Lo dije hace unos posteos: ¡Qué más quisiera que pasar la vida entera en recitales! Anoche lo descubrí: entrar a uno justo después de haberme bajado de un escenario.
Y después, un ocho infinito.

No hay comentarios.: