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La Religión
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El hombre primitivo adoraba aquello que lo mantenía con vida (el agua, el fuego, la tierra, el sol), y aquello que lo maravillaba (la luna, las estrellas, el amanecer). Ya se vislumbraban las dos líneas que cruzan toda religión: la gratitud, y lo inexplicable.
Estos aspectos se aplicaban en un nivel bastante práctico, ya que "por ensayo y error", iba descubriendo que no podía controlar todo lo que había a su alrededor, pero certeramente podía vivir en armonía con el sistema.
Más tarde, plasmó en sus dioses todas sus miserias y bondades. Nunca lo divino fue tan humano como en la Antigua Grecia, donde los inmortales eran un desastre: procreaban con humanos, se disfrazaban para engañar, comían sus propios hijos, y se daban banquetes cada dos por tres. Eran muchísimos, y, aunque vivían en un monte elevado, constantemente bajaban a interactuar con los hombres para hacerles obsequios, que a pesar de sus (a veces) buenas intenciones, solían traer consecuencias nefastas.
Toda esta "etapa creativa" se diversificaba en poemas, líricas e infinidad de pinturas donde el hombre retrataba a los dioses desde diversas facetas, y según su lugar en la sociedad (y en el mapa) se sentía más identificado por uno que por otro.
Después, llegó el turno de los profetas y mesías, y con ellos, del monoteísmo. Al parecer, había un único señor encargado de mover los hilos del universo y los destinos de los hombres. Los hebreos contaron que era rencoroso, vengativo y proteccionista. También pedía cosas un tanto extrañas, y pobre de tí si te encontraba alabando a otro.
De todos modos, la mitología de estos momentos de la historia es también muy prolífica: el antiguo testamento es un libro repleto de relatos muy pasionales, con claras influencias griegas: Eva es muy similar a Pandora, por ejemplo. Incluso en el Nuevo Testamento, el personaje principal tiene una concepción digna de un héroe griego (dios "mete mano" a una mortal).
Pero el mismo monoteísmo se quebró en ese instante, cuando ese joven con ideas hippies bajó de arriba para contagiar su espíritu de paz y amor. Lo malinterpretaron en todo sentido: no sólo lo torturaron hasta matarlo (por un rato), sino que tergiversaron su palabra cuanto pudieron. En este punto, todo lo que la religión tenía de mágico e individual, mutó a un manual de instrucciones, que nadie tenía muy en claro para qué servían, pero que nadie tenía derecho a contradecir.
Vinieron siglos oscuros.
Hasta que un día, la chispa de la industria se encendió en Europa, y el mundo empezó a tomar otra fisionomía: los campos se tiñieron de gris y las fábricas entraron en escena. Las relaciones humanas cambiaron, y empezaron a alertar sobre las formas de tratarse unos con otros.
En Francia se hartaron de la monarquía, y otros siguieron su ejemplo. Parecía que había llegado la hora del hombre como protagonista de su historia.
Pero ya sabemos con que poca piedra se tropieza el ser humano, y empezó a encontrar varias en su camino, y con ellas empezó a crear pequeños dioses materiales: papelitos rectangulares y circulitos de níquel que cotizaban su valor en el mercado fueron apropiandose de todas sus ideas.
De nuevo, se avecinaban siglos oscuros.
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"El temor a la sociedad es la base de la moral y el temor a dios el secreto de la religión" (Oscar Wilde)
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