miércoles, junio 14, 2006

Grandes clásicos de la humanidad (c)

HOY LES OFRECEMOS:

La Muerte

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Uno de los dichos más populares sobre la muerte, reza que "no se sabe que hay después, porque nunca volvió nadie para contarlo". Es gracioso, porque cada vez que aparece alguien diciendo que fue y volvió, son pocos (ninguno?) los que le creen.
Y es que a pesar de todo lo que se ha vivido y todo lo que se ha investigado, la muerte sigue siendo un misterio.

Aunque no es exactamente un misterio, al contrario, es toda una certeza. Una certeza que revestimos de falso misterio para olvidar que es lo único seguro y casi que la única justicia. A todos nos llega, y en cualquier momento. Cualquier instante puede ser el último.
No importa cuánta salud o dinero se tenga, nadie está exento de que le caiga un piano en la cabeza.
Es EL final, de todo. La gente suele tener una fobia extraña a los finales, y como buena fobia los mantiene pendiente de ellos constantemente. Es como el atleta a punto de largar su carrera. Piensa en la meta, no en los cien metros que tiene que recorrer. Y mientras más cerca está de la llegada, más piensa en lo que vendrá después (la coronación, la fama; o el fracaso y las explicaciones).
La certeza de que la muerte termina con todo lo que conocemos nos hace idealizar ese momento (porque no podemos contra él), y en general nos es más fácil imaginar e incluso planificar lo que vamos a hacer después, que concentrarnos en el camino que recorremos mientras llegamos ahí.

La muerte siempre supo "preocupar" más a la gente mejor posicionada en la sociedad, porque es la que tiene toda su existencia fríamente calculada; mientras que los "de abajo" sólo pueden enfocarse en sobrevivir, porque la vida antes de la muerte es una incógnita mucho más grande que la que viene después.
Como dije, las aristocracias de turno fueron las que más se preparaban para dejar este mundo. El ejemplo más ilustrativo son las pirámides de Egipto: faraónicas tumbas para una o dos personas. También se preocupaban mucho por el "estado" en que el cuerpo arribaría al más allá. Estos rituales tenían estrecha relación con lo que creían que pasaba después: los momificaban y en el sarcófago colocaban las pertenencias que iba a necesitar, primero para impresionar a los jueces que determinarían su destino, y luego para sobrevivir.
Los griegos colocaban dos monedas, una en cada ojo antes de quemar o enterrar el cuerpo: eso es lo que cobraba Caronte, el barquero del Hades, para trasladar al recién llegado a su nueva vida. Ellos imaginaban ese mundo debajo de sus pies; suena lógico, teniendo en cuenta que los cuerpos se sepultaban en la tierra.
Los cristianos, en cambio, ubicaron en ese lugar el peor de los reinos que podía tocarte: el infierno, donde tu cuerpo ardería eternamente entre llamas que queman, pero no alcanzan a consumirte. Si en cambio Papá Noel informaba que te habías portado bien, recibías alas y llegabas bien alto: el paraíso. Al principio, ese lugar estaba destinado a los pobres ("es más fácil que un camelo pase por el ojo de una aguja a que un rico entre el el reino de los cielos"), pero se sabe, no son ellos los que escriben la historia.
Lutero formó una nueva corriente, el protestantismo, donde se sostenía que ya desde el nacimiento estabas predestinado a uno de los dos reinos. Los fieles, claro, necesitaban pistas. Ya no importaba "hacer el bien" ni ayudar a los que lo necesitaban, porque nada de lo que pudieran hacer en la tierra cambiaría tu destino. Lutero no estaba precisamente iluminado cuando les dijo que la forma de saber a dónde irían a parar post mortem era tomar la vida como una avant premiere que predecía lo que venía después: si progresabas y avanzabas socialmente, recibirías alas. Si por el contrario, no podías estabilizarte en el mundo terrenal, terminarías en el inframundo.
Los fieles empezaron a buscar su progreso personal como fuera (se ve que no les gustaba el calor). ¿Resultado? Nacieron la burguersía y el capitalismo. Todavía se ven las consecuencias: las principales potencias europeas son países protestantes.

Desde el Oriente, sostenían que después de esta vida, venía otra, donde ibas a ser premiado o castigado según tu comportamiento en esta. Así sucesivamente, y a su vez, mientras más vidas sumabas, ibas subiendo rangos que te acercaban cada vez más a la plena paz.

... y cada tanto, uno se cruza con alguno que dice que, como buen final, después de la muerte no hay nada, y que lo mejor es concentrarse en la vida misma, buscando pasarla lo mejor posible. Al fin y al cabo, "no saldrás vivo de ella".

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"Siempre son los demás los que se mueren" (Marcel Duchamp)

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